¡Sauternes avinagrado!

Todavía me acuerdo de aquella anécdota acaecida una tarde-noche de verano en aquél pueblecito a los pies del mar Mediterráneo hace varios años.

No está demasiado masificado, más bien todo lo contrario. Se había fomentado la ocupación del suelo a vivienda unifamiliar (mayoría chalets) y con parcelas más o menos similares del mismo tamaño, para evitar la turistificación con lo que se evitaban hordas que ocupasen enormes apartamentos durante dos o tres meses.

Así pues con una estética desenfadada y natural, se erigen bellas villas barrocas y clásicas de dos o tres plantas junto a chalecitos más humildes con tejados a dos aguas de tipo teja alicantina (su origen es francés) levantados a lo largo del siglo XIX y primeras décadas del XX, de corte modernista y ecléctico. Los muros son de medio pie generalmente y no más altos de dos metros, siendo de piedra seca junto a otros enfoscados de cal (a veces desafiando a las leyes de la gravedad debido a su mortero de escoria oculto), exceptuando los de las grandes villas que se erigen en calizas (amarillas de tipo arenisca), imponentes y firmes, rectos con las más rebuscadas formas de sus verjas.

Algunos tejados están esmaltados generando aún mayor policromía a la ya de por sí, extensa gama de colores: adelfas de mil formas y tonalidades, buganvillas moradas, plumbagos blancos y azules, cipreses esbeltos y oscuros, whashingtonias con sus  preciosas barbas sin podar, olivos verdes cenicientos, naranjos amargos y limoneros con sus respectivas frutas, laureles con portes abiertos y desparramados, lantanas de diversos colores y para mayor inri del nuevo paisajismo la incorporación de gauras blancas y rosas junto a matas de Stipa que no merecen mayor consideración que pastos para cabras, pero bueno; eso es otro tema. Para gustos, colores.


En este caso, los restaurantes están a lo largo de la avenida principal que la separa del precioso paseo marítimo; rodeado de tarays arbóreos. La playa no tiene dunas porque es de cantos de mármol negro y blanco (una maravilla, porque odio la arena pegajosa en los pies en verano). Lo siento por romper el romanticismo idílico.

Volviendo a lo que que quería ir. El vino. Bueno...Antes el restaurante.

Tranquilo, acogedor y discreto. Nada de música a todo volumen ni infinitos comensales. Era algo sencillo:

- Una parra en la pérgola ya decadente, con los sarmientos poco vigorosos debido a su avanzada edad, no obstante estaba llena de verdor y los granos eran gordos y de un reluciente verdor. 

- Unas sillas y mesas de forja en negro mate preciosas de los años 60-70.

- Un suelo de losas de piedra caliza amarilla, esta vez eran menos porosas y más duras; rematado por unos zócalos de arcilla que hacían a su vez de jardineras donde se encontraban unos iris con las puntas ya quemadas, a lo largo de la fachada.

- Y el vino, ahí estaba yo. Bueno...Yo y más gente. En calidad de acompañante, no eran vacaciones; al menos para mí.

Volviendo al dichoso vino. La añada fue excelente, anterior a 1950 (no citaré año ni casa para evitar posibles indagaciones indebidas). El proceso de vinificación, trasvase y embotellamiento también. Desconozco sus movimientos, pero seguramente fuera comprado o trasladado mucho después y el tapón sufriera algún tipo de movimiento o golpe, o no fuera sustituido hace años; lo que pudiera provocar mayor entrada de aire ya que la estanqueidad no es total (permitiendo si se controla una buena oxigenación y mínima oxidación y por ende envejecimiento correcto en circunstancias normales).

 La cuestión es que se abrió. Mejor dicho nos lo abrieron. (Dudo mucho que quisieran dar gato por liebre pensé). Simplemente una falla, todos fallamos.

En este caso no se decantó, pues no se consideraba necesario por el tipo de vino que genera, pocos residuos y posos no visibles para una botella bordelesa traslúcida, aunque más grande, opaca y gruesa que las que actualmente se emplean. 

El tema es que sabía a todo menos a Sauternes. Y era ligeramente más amarillento-marrón oscuro de lo habitual pese a su edad. Era un cobrizo demasiado amarronado.

Tampoco estaba en exceso picado, pero no era dulce ni redondo, siendo áspero y de fondo se percibía dicha acidez. Más bien se aproximaba a cualquier cartón de vino blanco de una añada mediocre (no tengo nada en contra de vinos del año jóvenes y frescos que se venden en este tipo de formato, habiendo excelentes caldos). 

Yo por cortesía no dije nada. El problema es que el resto de comensales tampoco. O eso era un teatro grotesco donde no pasaba nada, o nunca antes habían probado este tipo. Discretamente me tomé aquella copa sin repetir en tímidos sorbos a lo largo de dicha velada, puesto que dije que tenía cierta acidez y no me encontraba bien.  No hay por qué acompañarlo de carnes ni es estrictamente necesario que esté muy fresco, pudiendo tomarse a 15-18ºC perfectamente porque realza el dulzor y se queda el sabor en boca mucho más tiempo. (Tomé unas sardinas fritas y un helado emplatado, no pedí nada extraordinario).

Después de la cena, al pasear; se lo comenté. Ella se rio de golpe y se apoyó en mi hombro. Caminamos de vuelta esta vez por el paseo hasta llegar a la casa donde estábamos, sin más palabras que mirarnos y sonreír. 

Me di cuenta, que por respeto a esa casa con tradición y solera, aquella botella fue "consumida" sin decir nada. ( Alguien les dijo algo a posteriori, y el asunto se solucionó). 

Con este detalle me di cuenta y aprendí que a veces es mejor callar o decir las cosas de forma sutil sin necesidad de alborotos u otras formas que solo provocan escándalo y crispación.

Hay delgadas líneas que a veces son muy difícil de gestionar o resolver sin llegar a situaciones  embarazosas.

Y ahora sí, uno del 85 que pude degustar esta vez, de vacaciones en 2024 en circunstancias muy diferentes, siendo muy equilibrado en dulzor y acidez. 





Con todo esto, ¡la historia del Sauternes avinagrado!.


















 



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Cosas que pasan, parte de mi historia.